miércoles, 20 de julio de 2011

Druidesas



¿Quién no ha oído hablar de los druidas? Aquellos sacerdotes y altos dignatarios del pueblo celta envueltos en un misterio tan mágico y enigmático como ensoñador.  Poco se sabe de ellos, ya que sus ancestrales conocimientos se transmitían oralmente, para así evitar que su sabiduría pudiese ser desvelada a todo aquel que no lo mereciera.  De hecho, todo lo que pronunciaban estaba dotado de tal hermetismo que sólo aquellos iniciados en ese mágico culto podían entender el valor y el significado de las palabras del susodicho. 

 Los celtas eran un pueblo de origen indoeuropeo que se fue extendiendo rápidamente por toda Europa cuyos druidas eran conocidos tanto por su sabiduría como audacia. Incluso eran admirados y temidos por los romanos, principales responsables de que actualmente seamos conocedores de sus costumbres y vida gracias a sus manuscritos. 

Hoy, a petición de una seguidora, me voy a centrar en las druidesas cuya importancia era igual o incluso mayor que los druidas varones, ya que debido a su función de madres eran continuamente asociadas a la vida y a las diosas madre que tanta importancia tenían en esta civilización.  

Entre los celtas, la soberanía estaba estrechamente unida a la Tierra o diosa madre Tierra. La vida, futuro y bienestar de estos pueblos residía en la unión del rey con la diosa Tierra, algo que era realizado a través de rituales muy característicos y con rasgos sexuales. La diosa-madre Tierra era la que, representada en la forma de una mujer, determinaba quién era el varón que debía asumir las funciones de rey. A continuación se realizaba la unión sexual entre éste y la Diosa, requisito indispensable para dar legitimidad y soberanía al elegido. 

Los druidas irlandeses tenían a su cargo este tipo de rituales o ceremonias por lo que no es descabellado pensar que la mujer encargada de representar a la diosa madre podía ser una druidesa. Esto parece confirmarse por parte de manuscritos romanos en los que se nos cuenta que las druidesas tenían el privilegio de elegir como amantes a los guerreros más fuertes y hermosos para obtener una descendencia fuerte y poderosa. Estas costumbres sexuales tan directas y abiertas, era algo que escandalizaba y mucho a la cultura romana al igual que otras libertades de las que disfrutaban las mujeres. 

En una sociedad tan matriarcal como la celta, antes del matrimonio, la mujer era cortejada y conquistada como un ser superior, y en el ejercicio de sus privilegios podía desdeñar, rechazar o negar atenciones hasta de reyes y príncipes, eligiendo a quien quisiera, ofreciendo lo que ellas llamaban “la amistad de sus muslos”. Luego del matrimonio, ella no era propiedad de su marido, sino compañeros. La esposa permanecía como dueña exclusiva de sus propiedades, tampoco las obtenidas por ambos podían ser vendidas o cedidas por el marido, sus derechos sobre los bienes comunes eran iguales y para disponer de ellos era necesario el voluntario consentimiento de ambos. En los casos de separación, se decretaba el derecho de la mujer de quedarse con toda su porción del matrimonio y los regalos de boda, más otra cantidad por daños.
La riqueza iba unida a la autoridad, y si sucedía que la esposa era la más rica se la aceptaba como cabeza de familia y dominante.
 
Las mujeres, desde niñas, eran conscientes de su poder y vínculo con las siembras y cosechas, la naturaleza, su libertad sexual para sentir amor y placer, formar una familia o no y tener hijos sin necesidad de casarse.
Se creía que los hijos venían porque la Diosa así lo decidía dentro de cada mujer y los engendraba estando en la tierra, en el agua o bajo las estrellas. Por eso no era raro que cuando un hombre aceptaba a una mujer también aceptase a sus hijos criándolos como si fuesen suyos. Este hecho era muy natural y se le llamaba Covada”, es decir, amar y cuidar a las criaturas de la mujer amada

Era natural que las mujeres supieran leer el destino en las conchas, en las raíces de algunos árboles, en el agua, en los cristales y piedras y que con frecuencia las nieblas del futuro se viesen menos oscuras ante sus ojos que en los de los hombres. Era natural a su naturaleza, que se comunicaran con los elementos. Y cuando alguna de ellas se reconocía tocada por la Luz de la Diosa, dedicaba su vida al sacerdocio sagrado de la Diosa como druidesa.

Así pues, no es extraño que los celtas creyesen firmemente que las montañas, colinas, árboles, ríos, lagos, arroyos y mares estuviesen dotados de divinidad, casi siempre de carácter femenino. Algunos autores partiendo de esta base creen que las mujeres druidas podían haber sido las guardianas que custodiaban los pozos o manantiales de los lugares llegando a divinizarlas en algunos casos, algo que el cristianismo utilizó para colocar en su lugar a las vírgenes cristianas sacralizando así las fuentes y eliminando todo vestigio de paganismo. 

Según la zona a estas druidesas se les llamaba de muchas formas: Banduaid, Banfhlaith, Banfhilid, Ban-drui, Dryads…Estas mujeres, a la vez sacerdotisas y profetisas, tenían un poder inconmensurable en la sociedad celta llegando a ser un icono clave tanto como guerreras, videntes, poetas o bardas, consejeras, educadoras de reyes y nobles…e incluso alcanzando el puesto más importante, el de ser jefe de la tribu

Tácito, un escritor e historiador latino nos cuenta la presencia de una mujer de orígenes celtas y druida llamada Veleda (69-79 d.C.) que dominaba un vasto territorio y cuya figura era objeto de la más profunda veneración, algo que también se identificó con otras mujeres druidas como Aurinia o Ganna

La influencia de Veleda era tan grande que llegó a ejercer funciones políticas en su época. Se decía que estaba prohibido acercarse o dirigirse a ella y que residía en lo más alto de una torre. Un pariente suyo era el encargado de hacerle llegar las preguntas de la gente y llevar sus respuestas como si de un mensajero o intermediario se tratase. Esto nos da una idea de la importancia que tenía la mujer en el pueblo celta, algo inaudito para otras civilizaciones posteriores como la romana o la griega. También tomaban parte en las asambleas, y eran excelentes diplomáticas, embajadoras y guerreras.

Para los celtas, las mujeres tenían un carácter sagrado y dotado con grandes aptitudes para la adivinación. Se las tenía muy en cuenta tanto en opinión como en predicciones y algunas llegaban a tener tanta importancia que eran consideradas diosas. La mitología nos confirman estas palabras a través de mujeres druidas como Aoife, Gáine, Bodmall, Fioon, Smirgat  y Fidelma.

Este tipo de presencia femenina no era nada excepcional convirtiéndose en un personaje muy recurrido y establecido en la tradición oral de Irlanda. Muchas druidesas aparecen de manera individual en las epopeyas Irlandesas. En "la Segunda batalla de Magh Tuireadh" dos mujeres druidas prometieron "encantar a los árboles y las piedras y la tierra, para que se convirtieran en una hueste y pusiesen en fuga a sus enemigos".

 Para que veáis el misterio y carisma que despedían estas mujeres tan especiales os dejo una descripción que aparece en la mitología irlandesa acerca de la druidesa Fidelma, una hermosa joven que había aprendido “filidhecht” o arte druídico de la adivinación, en Alba, un término que designaba al principio a toda la isla de Gran Bretaña y posteriormente sólo a Escocia:

“Tenía el cabello rubio. Iba cubierta con una capa de colores abigarrados y cerrada con un broche dorado. Llevaba una túnica roja adornada con piedras y provista de una capucha, así como sandalias de hebillas doradas. Su frente era ancha y su mentón fino; sus curvadas cejas eran negras, así como sus pestañas, que proyectaban sobre su rostro una ligera sombre que le embellecía las mejillas. Al verla se podía creer que sus labios eran de color rojo sangre. Sus dientes eran como un collar de perlas entre sus labios. Recogía sus cabellos en tres trenzas, dos de las cuales rodeaban su cabeza, mientras que la tercera descendía por su espalda hasta llegar a acariciar sus pantorrillas. Mantenía entre sus manos un ligero bastón de forma entrelazada que tenía una empuñadura de oro. Sus ojos tenían tres iris. Dos caballos negros tiraban de su carro y ella iba armada.”

Esta misteriosa druidesa aparece en el "Tain Bó Cuailnge", leyenda irlandesa en la cual Medb, la reina de Connacht, consulta a Fidelma sobre su sidh, el sidh de Cruachan y le pide que profetice como le irá a su ejército contra las tropas de Cónchobar. Fidelma profetiza su derrota a causa de Cúchulainn, el gran héroe celta equivalente al Aquiles romano. 

Fue otra mujer, Creirwyn, en esta ocasión una filidh, (palabra que significa vidente o bardo) según nos cuenta una leyenda galesa, quien descubrió el “ogham”, cuando las letras le fueron presentadas por Oghma, “Cara de sol” en forma de adivinanza. Esta filidh, se la llamaba la muchacha más hermosa del mundo, pero su hermosura más que física, residía en conocer los secretos de la profecía, la versificación y la resolución de enigmas y adivinanzas, algo que es desde siempre asociado a las druidesas.

Macha y su maldición
En el "Tain Bó Cuailnge" una mujer, Macha Mong Ruadh, con numerosos rasgos druídicos y la cual esconde su origen a todos incluido a su marido, pronuncia una maldición contra los hombres del Ulster, puesto que nadie la ayuda cuando pide auxilio al sentir los dolores del parto tras ser obligada a correr contra los caballos del Rey por una fanfarronería de su esposo: 

"Durante el momento crítico de una batalla o en cualquier tiempo de opresión o peligro, cada uno de vosotros se verá abatido por una gran debilidad, y sufrirá los mismos dolores que sufre una mujer al dar a luz, esos dolores durarán nueve días y esta maldición persistirá por nueve veces nueve generaciones".
 
Esto nos da una idea del poder que podía poseer una mujer druida y de las consecuencias de ofenderla de alguna manera.

Se dice que la diosa celta Brigit, Brigantia o Brígida, la diosa celta de los poetas, herreros y médicos y guardiana del fuego sagrado, era una mujer druida antes de convertirse al cristianismo. Su nombre remite a brigantis cuya palabra “Brig” significa fuerza, autoridad, dignidad, honor. Se dice que esta mujer, que adoptó el mismo nombre que la antigua diosa celta, nació sobre el año 455 d. C. en el condado de Cown. Su padre era druida y fue quien la educó y la inició en el druidismo y le enseñó el arte de la magia, adivinación y las ciencias sagradas de la naturaleza. Toda su vida está llena de simbolismos druídicos, tales como que al nacer fue amamantada con leche mágica de las vacas del más allá. Olvidándose de su educación se convirtió al cristianismo por Mael, Obispo de Ardagh. Fue ordenada abadesa y se convirtió para todos en Santa Brígida.
Creó su primer monasterio en Drumcee, a la sombra de un gran roble. Fue allí donde esta mujer murió en el año 525. En el año 650, se escribió su biografía y se asimiló su culto con el de la diosa irlandesa Brigit, en un intento por erradicar todo paganismo. De hecho, en el monasterio, cada abadesa que sucedió a Santa Brígida tomó sistemáticamente el nombre de Brigit después de ser investida, de generación en generación.

Según el geógrafo latino, Pomponio Mela, las nueve sacerdotisas druidas de la isla de Sein, al noroeste de la actual Francia, llamadas Gallicenae, tenían el poder de alterar el ritmo de las aguas con sus cantos, transformarse en animales, curar las enfermedades y predecir el futuro de las personas que las visitaban. 
Según él, quien sí visitó las islas, estas  mujeres, al igual que los druidas varones, estaban divididas en tres categorías:

Las de menor autoridad permanecían reclusas y debían observar voto de virginidad perpetua, encargadas de alimentar los fuegos perennes en honor a Dana y Bilé, sus dioses mayores. 
En la segunda categoría, las sacerdotisas podían casarse, pero debían permanecer encerradas en el santuario al que estaban consagradas, y sólo podían abandonarlo unos pocos días al año, para cumplir con sus deberes conyugales; sin embargo podían hablar con la gente, a las que predecían su futuro en las hojas de muérdago
Una bandrui de la clase más alta, jerarquía a la que sólo se accedía después de años de estudio y dedicación y un completo rito, tenía libertad absoluta y se dedicaba a servir al pueblo, y mantener vivas las tradiciones; narraban las leyendas de los guerreros y los dioses, practicaban la astrología y adivinaban el porvenir por la lectura de las víctimas de los sacrificios humanos, que eran practicados exclusivamente por los druidas varones. Se decía que las banfilidh más poderosas, como las llamaban en su lengua, eran altamente reverenciadas por el pueblo, pues dominaban la magia de las piedras y las hierbas curativas, preparando a los moribundos para el buen morir y ocupándose de los nacimientos.

 Estas cualidades fueron confirmadas después por otros eruditos tanto latinos como romanos acerca de estas mujeres druidas:

Una “dryade” vaticinó la muerte de Alejandro Severo en el 235 de la era común como nos refiere su biógrafo: “Una mujer druida le gritó, cuando pasaba, en el idioma de los galos: Ve, pero no esperes alcanzar victoria alguna ni confíes en tus soldados.” Y, ciertamente, poco después, Alejandro Severo, murió a manos de sus soldados. 

Más tarde, Aureliano, otro emperador romano, consultaba a unas druidesas de las Galias sobre si sus descendientes seguirían ostentando la dignidad imperial. Ellas le respondieron que ningún nombre llegaría a ser tan ilustre en la Nación como el de los descendientes de Claudio.
Como no, el vaticinio se cumplió ya que la dinastía de Constancio Cloro, descendiente de Claudio II fue la que gobernó finalmente.

La mayoría de estudiosos parece que están de acuerdo en que estas dryades de la Galia latinizada no tienen que ver con el antiguo sacerdocio céltico, pero no deja de ser curioso el hecho de que se las relacione siempre con la función soberana de la sociedad.

Podemos decir que desde un punto de vista simbólico la mujer druida encarnaba la luna ya que su poder misterioso sobre las aguas y las mareas y su movimiento se asociaba con el ciclo menstrual. No es casualidad, entonces, que la luna acabase convirtiéndose en el símbolo femenino por excelencia en posteriores culturas y que derivasen en ritos y cultos nocturnos misteriosos y evocadores.

Es más, existe un ritual bastante significativo cuando las druidesas practicaban la magia sobre los elementos de la naturaleza.

Arriba: beleño negro, abajo: beleño blanco
Elegían en primer lugar a una joven virgen que debía ir, completamente desnuda, hasta el bosque sagrado y recoger, utilizando únicamente el dedo meñique de su mano izquierda (un símbolo de la luna creciente), la flor dedicada al dios solar Beli, la belinuncia o beleño. Después debía introducirse en las aguas de un río, y como imponía el ritual, alejarse de la orilla caminando hacia atrás, probablemente para imitar la marcha retrógrada del sol aunque hay indicios de que este ritual se realizaba por la noche, a la luz de la luna en un cielo sin nubes
Se decía que este emblemático culto podía causar lluvias abundantes en tiempos de fuertes sequías favoreciendo así la prosperidad de los cultivos y las cosechas. Se dice también que, luego de estos ritos, se solía utilizar la savia venenosa del beleño negro para impregnarla en las flechas y el beleño blanco para realizar ungüentos con fines terapéuticos

Además es curioso descubrir que nunca hubo rivalidad entre Druidas y Druidesas: los Druidas se centraban más hacia lo exterior, lo masculino, lo material, los sacrificios…las Druidesas se centraban más hacia el interior, hacia lo intuitivo, lo espiritual, lo profético, lo misterioso. Quizás era un reflejo de lo que era la sociedad celta: vivir según nuestros instintos y nuestra esencia sin objeciones ni prejuicios. Según sus principios, se cuidaba y adoraba a la naturaleza y la verdad se repartía en cada persona ya que nadie podía poseer la verdad absoluta. Una sociedad cuya figura femenina era muy estimada y venerada; la mujer, esa sabia consejera, madre, maga, trabajadora, compañera…un concepto muy alejado de la esencia de la bruja que el Cristianismo impuso para oscurecer y minimizar el papel de la mujer…algo que afortunadamente podemos decir que ha cambiado

Podemos concluir entonces que las druidesas eran mucho más que simples hechiceras o hacedoras de pócimas y encantamientos. Albergaban una filosofía de vida cultivada, respetada y admirada desde el aprendizaje que adquirían de la madre naturaleza hasta las enseñanzas que sólo otorgaban a aquel que fuese digno. Toda una filosofía muy a tener en cuenta.

Artículo dedicado a Mari Paz Melgarejo Rodriguez
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